Memorias del desarraigo. Textos inspiradores

 

La invasión gringa de José Pedroni


1


Hoy nadie llegaría.

Pero ellos llegaron.

Sumaban mil doscientos.

Cruzaron el Salado.


Al cruzarlo, afanosos,

lo probaron.

Y los hombres dijeron

-¡Amargo!-

Pero siguieron.

En la espalda traían clavados

dos ojos de fuego,

los de Aarón Castellanos,

salteño.


Los barcos

(uno. . .  dos. . .

tres. . .  cuatro. . .)

ya volvían vacíos

camino del Atlántico.

Su carga estaba ahora

en un convoy de carros:

relumbre de guadañas;

desperezos de arados;

hachas, horquillas,

palos;

algún fusil alerta;

algún vaivén de brazos;

nacido en el camino,

algún niño llorando.


El trigo lo traían las mujeres

en el pelo dorado.

Hojas de viejos libros

volaban sobre el campo.


2


¿Dónde se hallaba el oro,

de todos alabado?.

El oro estaba en un pequeño árbol;

el oro era un engaño;

sólo pequeñas flores

de oro perfumado.

Aromitos floridos,

orillas del Salado.


3


Los indios

-un indio cada árbol-

iban retrocediendo;

no podían mirarlos.

Los ojos renegridos se cerraban

frente a los ojos claros

que tenían la fuerza

del cielo diáfano.

-“¿Cómo hacer

para ahogarlos?.

Esperemos la noche

tirados en los pastos.

Esperemos na noche

juntadora de pájaros”-.

Con la noche salieron de caza

los ojos malos.

Y se llenó la noche

de pájaros asustados.


Pero del fondo de la tierra

ya subía el milagro:

el linar de las flores azules,

el linar azulado,

donde los ojos gringos

fueron multiplicados.


4


Un niño que pregunta

cuándo vuelven los barcos.

Un mano de madre que detiene

la pregunta en los labios.

Un hombre con los ojos

clavados en el campo.

Una mujer que escribe:

-Ya llegamos.

Hay árboles enormes;

muchos pájaros;

una cruz en el cielo, luminosa,

un río amargo. . .


5


Su lengua era difícil.

Sus nombres eran raros.

Los gauchos se murieron

sin poder pronunciarlos.

Bérlincourt se llamaban,

que es un hilo enredado.

Zíngerling se llamaban:

campanita sonando.

Zimmermann: un dibujo

del mar atravesado.

(Más atrás ya venían

los nombres italianos,

Boncompagni adelante:

el vino derramado).


6


Una mujer que escribe:

-Nos casamos.

La tierra es nuestra ¡nuestra!.

Todo lo que tocamos

va siendo nuestro:

el buey, el horno, el rancho. . .

Nuestros todos los árboles;

nuestro un único árbol,

tan grande, tan copioso,

que da gusto mirarlo.

Es una nube verde

asentada en el campo.


7


Y como todo vuelve

-flor, golondrina, barco. . .-,

un día serenísimo volvieron

los cantos ahuyentados;

volvieron uno a uno,

como pájaros.

Iban de boca en boca

los pájaros cantando;

de la boca del mozo,

orilla del Salado,

a la boca del hombre

que derribaba el árbol;

de la boca del hombre,

derribando,

a la boca del ama que tejía

con los ojos cerrados.


Del lado “de la tierra”

la música y el canto.

Del lado de Esperanza

el trigal avanzando.

 

Fragmento literario: Gastón Gori – La muerte de Antonini (1952)

 “El Antonini había nacido en la colonia, hijo de italianos que araron la tierra como se reza. [...]

Su casa olía a humedad, a encierro y a fe. Nunca se fue del pueblo. Como si el mundo terminara en las vías del tren que pasaban por San Carlos.”

 

 

Texto testimonial: Museo Histórico de la Colonia San Carlos


 “Mi abuela hablaba suizo alemán. No entendía bien el castellano, pero igual iba a misa todos los domingos.

Tenía un cuaderno con recetas, oraciones y cartas que nunca mandó.”

 El camino de las nutrias y otros textos de Gastón Gori 

 https://drive.google.com/file/d/1jzNrloe323mnKFagsT3MsN6RTsCenmp_/view?usp=sharing

 

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