Entradas

MARIPOSAS, de Samanta Schweblin

  Ya vas a ver qué lindo vestido tiene hoy la mía, le dice Calderón a Gorriti, le queda  tan bien con esos ojos almendrados, por el color, viste; y esos piecitos… Están junto al resto de los padres, esperan ansiosos la salida de sus hijos. Calderón habla pero Gorriti solo mira las puertas todavía cerradas. Vas a ver, dice Calderón, quedate acá, hay que quedarse cerca porque ya salen. ¿Y el tuyo cómo va? El otro hace un gesto de dolor y se señala los dientes.  No me digas, dice Calderón. ¿Y le hiciste el cuento de los ratones…? Ah, no; con la mía no se puede, es demasiado inteligente. Gorriti mira el reloj. En cualquier momento se abren las puertas y los chicos salen disparados, riendo a gritos en un tumulto de colores, a veces manchados de témpera, o de chocolate. Pero por alguna razón, el timbre se retrasa. Los padres esperan. Una mariposa se posa en el brazo de Calderón, que se apura a atraparla. La mariposa lucha por escapar, pero él une las alas y la sostiene de las p...

Emma Zunz

  Emma Zunz Autor: Jorge Luis Borges El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Fein o Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto. Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto continuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mun...

Más liviano que el aire

Autor: Federico Jeanmaire. Enlace:  https://drive.google.com/file/d/1KQJ0yJvqSXLNPzzyjYkKyeu2YCBLsp3T/view?usp=drivesdk

Hombre de la esquina rosada

  Hombre de la esquina rosada Jorge Luis Borges A Enrique Amorim A mí, tan luego, hablarme del finado Francisco Real. Yo lo conocí, y eso que estos no eran sus barrios porque él sabía tallar más bien por el Norte, por esos laos de la laguna de Guadalupe y la Batería. Arriba de tres veces no lo traté, y eas en una misma noche, pero es noche que no se me olvidará, como que en ella vino la Lujanera porque sí, a dormir en mi rancho y Rosendo Juárez dejó, para no volver, el Arroyo. A ustedes, claro que les falta la debida esperiencia para reconocer ese nombre, pero Rosendo Juárez el Pegador, era de los que pisaban más fuerte por Villa Santa Rita. Mozo acreditao para el cuchillo, era uno de los hombres de don Nicolás Paredes, que era uno de los hombres de Morel. Sabía llegar de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata; los hombres ...

Memorias del desarraigo. Textos inspiradores

  La invasión gringa de José Pedroni 1 Hoy nadie llegaría. Pero ellos llegaron. Sumaban mil doscientos. Cruzaron el Salado. Al cruzarlo, afanosos, lo probaron. Y los hombres dijeron -¡Amargo!- Pero siguieron. En la espalda traían clavados dos ojos de fuego, los de Aarón Castellanos, salteño. Los barcos (uno. . .  dos. . . tres. . .  cuatro. . .) ya volvían vacíos camino del Atlántico. Su carga estaba ahora en un convoy de carros: relumbre de guadañas; desperezos de arados; hachas, horquillas, palos; algún fusil alerta; algún vaivén de brazos; nacido en el camino, algún niño llorando. El trigo lo traían las mujeres en el pelo dorado. Hojas de viejos libros volaban sobre el campo. 2 ¿Dónde se hallaba el oro, de todos alabado?. El oro estaba en un pequeño árbol; el oro era un engaño; sólo pequeñas flores de oro perfumado. Aromitos floridos, orillas del Salado. 3 Los indios -un indio cada árb...